16 noviembre, 2010

Apología de una nariz deforme

Éstas son palabras sin sentido, de esas que uno no suele escribir cuando camina sobrio y no pierde el tiempo en una sola S. Palabras sin sentido al menos para quienes busquen el sentimiento recreado, en el que tanto suele uno escudarse. Estoy harto de los pensamientos póstumos, derivados de un ahora que fue ayer. Odio la impotencia. Buscar y buscar y encontrar sólo lo que conozco, la sensación absurda de lo planeado. Todo orgasmo conseguido sin convicción es un placer, pero no un placer auténtico.

Nadie sabe cuánto me gustaría volver a ser Yo. Uno de esos extraños seres que busca y vive sólo lo que quiere, sin pensar que puede equivocarse, cagarla y perder.

Pasas horas con una persona con la que estarías muchísimas más y sientes, a cada palabra, que lo que más deseas es devorarla, sin más, pero sabes que es demasiado tarde, o al menos lo piensas, demasiadas veces, tantas como segundos hay antes de volver a perderte en ella, que te habla.

Vuelves a sus labios, que se mueven y articulan comentarios, historias, palabras. Devuelves algunas respuestas, planteas nuevas preguntas, todo en tu cerebro. Y mientras tu cerebro se mueve, tú sientes y sientes, tantas veces como inconscientemente puedes. Tantas veces como en realidad te gustaría. Pero de nuevo sabes que el tiempo pasa.

El miedo de las personas por conocer la realidad es tan grande como el miedo a que algo duela. Es fácil conseguir que la historia no se repita, y que nada sea lo suficientemente importante como para hacerte sufrir. Pero no hay nada más difícil que intentar ser feliz siendo otra persona y no uno mismo, esquivando los momentos que recuerdas con la más tremenda sonrisa por si después todo resulta ser pasado. Por si, entre pensamiento y pensamiento, escondido en los retazos de memoria, echas demasiado de menos lo que un día hubo y para tí parece que nunca va a desaparecer.

Si que exista compromiso ni promesa alguna, la única infidelidad posible con ella y contigo mismo a la vez es pensar en ella cuando follas con otra persona. Es una ley no escrita que ni ella ni tú conoceis, de la que nadie ha hablado, pero que a tí te deja desnudo. Pasa mil veces hasta que sientes que es inútil. Y despojado de disfraces, en ese extraño lugar al que te ha llevado tu imaginación, cada vez que la ves y revives con ella algún instante te ves cerrando los ojos y pensando lo mismo: ¿Qué me has hecho, hija de puta?.

Puede parecer una gilipollez, pero en los pequeños momentos está todo, y eso pasa factura. Me gustaba ser hermético, pero sin aire es imposible respirar.

6 comentarios:

  1. Sin palabras... me siento casi totalmente identificada, impotencia! =) sigue escribiendo es genial!

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  2. Te han jodido vivo amigo!! jeje

    Luziernaga.

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  3. Gracias Patricia, espero que ya no te sientas tan impotente. Todo pasa (digo yo!).

    Luziérnaga bastarda... Ya pasó, ya pasó jaj Ya decía yo que mucho me duraba a mí la tontería.

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  4. ¿Qué me has hecho, hija de puta?.
    Me gustaria saber de quien/quienes hablas en este texto, quie es esa persona a la que llamas hija de puta, ya se que no nos conocemos, pero me ha parecido un texto tan teal, que me sentido hasta un poco identificada. Era la primera vez que me conectaba en este blog, lo encontrado por casualidad y creo que he dado en la diana, sigue asi! por que tus historias son increibles...
    un saludo

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  5. Gracias por pasarte por aquí. Me alegra que te guste, es un texto muy real sí. Llamo hija de puta a la chica de la que hablo en el relato, que es tan real como la situación en sí.

    Un saludo

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