06 diciembre, 2015

UN ELEFANTE A HOMBROS

Salí de aquella cárcel de marfil
con un elefante a hombros;
dentro todos reían, 
con los dientes en los barrotes
no sé si por miedo o pena 
o que no sabían 
que a quien salvaba era a mí.

Estaré muy lejos cuando el ruido se detenga
y las fauces del absurdo
aprendan a mirarse sin espejos.

Quizás ya entonces
el elefante y yo seremos otros,
mutuo animal de las vísceras sin rostro
navegando sobre un velero de papel.

Río arriba,
contra el hondo caudal de las lágrimas
que lloraron después de llorar
los ojos que nos arrancamos antes de ayer.

Se asustarán los propios demonios
al escuchar el caótico grito
de nuestro amor sin amo ni piel

y al llegar al punto más alto de la montaña
agarraremos por los pies su deidad
para arrancar lo poco que quede de su fe.
  
Después miraremos el mar sin excusas
y mojaremos las manchas del tiempo sin tiempo
en las esferas de los relojes absurdos. 

La vida que no se vive entera,
como un día sin palabras
o besos en labios y bocas reclusos
o un Te Quiero que es verano sin enero,
o el desamor, cárcel del Ego,
deseo amortajado, felaciones inconclusas.

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